Las personas decimos palabras a diario. Pero no esta vez. El cuerpo ha decidido hacer huelga de silencio. Sostenía el cigarillo mientras el humo se desvanecía hacia todas partes mientras un hombre me llamaba por alguno de mis nombres. Entonces recordé que tu también solías llamarme. Sabías decir oraciones completas sin mover ni un centímetro de tus labios, ni un músculo de tu lengua. Bastaba con mirarte, fijamente, para saber que era lo que querías decir. Fue tarde. Todas las tardes se hacen tarde desde que ya no estás. No hay un solo día que dure menos de un mes. Entonces te confieso, que he vivido décadas en el sótano sentada frente al ordenador tomando un café que durará en enfriarse la misma cantidad de tiempo que tardas tu en decirme si me quieres. Ya el olvido no es un mar embravecido. Ya voy diciendo lo que debe decirse después de una muerte. No debo confiar en quien nunca sabe decir no, porque nunca sabrá como despedirse. Pero a pesar del frío y de la soledad, aprendí que contigo la poesía no me sirve. Olvide que quedarse es una manera de irse, Olvidé, lo que todos olvidan cuando deciden no marcharse y cerrar la puerta y junto con ella cerrar el corazón.
La palabra es una lluvia y yo un barco de papel.